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  • Foto del escritorLaila Muharram

Darwish también grita en gallego

Moncho Iglesias Míguez espera un permiso que le permita volver a enseñar castellano en Palestina. Profesor en la universidad An-Najah en Nablus, sus clases han sido suspendidas por su ausencia.

Moncho Iglesias fumando Narguila en un café de Nablus. | Foto cedida por Moncho.

Amman, JORDANIA | El poeta palestino Mahmud Darwish escribió una vez que sobre su tierra había algo que merecía vivir. El tartamudeo de abril o el olor del pan al alba. Y es en Nablus donde a Moncho Iglesias Míguez -filólogo y poeta gallego- le gusta vivir. Allí enseña castellano, estudia, pasea sobre aquella tierra y acaba el día fumando narguila. Ha leído ese y otros poemas de Darwish e incluso se atrevió a traducir del árabe al gallego su famoso Carné de Identidad.


“Poder poner sus poemas en gallego significa acercar lo gallego a lo palestino y viceversa. Es como acercar las dos culturas y que se den la mano. Es divertido porque tienes que hacer que se entiendan culturas muy diferentes, y que ambas logren comprenderse por medio de esos gritos que son la poesía de Darwish muchas veces,” explica Moncho sin perderse entre la mata de pelo que sale de su cabeza pensante.


Pero sus alumnos de la universidad de An-Najah en Nablus llegaron un día a clase y se encontraron con la sorpresa de que su profesor había desaparecido. En septiembre, cuando quedaban pocos días para que expiara el plazo de su visado, Moncho salió del país como cada año para renovarlo. “Cuando trabajaba como lector para el gobierno español tenía visado por varios años; pero al empezar a trabajar para la universidad ya solo eran de un año”, relata.


Se hospedó en un hotel en Jordania,  visitó la librería más grande de Amman y compró todos los libros que pudo, entrevistó a refugiados para su tesis, fumó narguila y habló con todos los taxistas palestinos que encontró. El día señalado para regresar, se despidió de sus nuevos amigos y se dirigió a la frontera. Doce horas más tarde estaba de vuelta.


“Me dijeron –las autoridades israelíes- que no había ningún problema, pero que tenía que tener un visado de trabajo, ya que estaba trabajando en la universidad. El plan inicial era salir, para que me diesen un visado de turista, por lo menos temporal, y así le diese tiempo a la universidad para tramitar el visado para quedarme otro año”, recuerda Moncho. Pero al no concederle visado de turista, la universidad tampoco pudo tramitarle el visado que le permite residir en Nablus. Un viaje sin retorno.


A pesar de que Moncho trabaja para la universidad palestina, el acceso a los territorios está controlado por el Estado de Israel y por tanto, ninguna persona puede acceder a ellos sin el permiso de las autoridades israelíes.


“Me explicaron que entendían que yo era un profesor, que enseñaba, que no hacía nada malo, que estaba bien que no mintiese y que Israel abre las puertas a todo el mundo y todos son bienvenidos, pero que no podía entrar porque necesitaba un visado de trabajo y mientras no lo obtuviese no podría entrar”, asegura el poeta.


A las 12 de la noche la frontera cerró y Moncho se quedó en medio del desierto, sin poder ir a ningún sitio. “La policía de la frontera jordana se portó muy bien y me consiguieron un taxi”, continúa. Unos cuantos días después, lo volvió a intentar por la frontera de Sheikh Hussein. “La segunda vez fue lo mismo sólo que además me abrieron lo que llevaba y lo revisaron todo. Otra vez salí cuando ya todo estaba cerrado, sin taxis ni autobuses ni nada para volver”, se lamenta.


Lo primero que hizo al día siguiente fue llamar a la universidad y desde allí le recomendaron que volviera a Galicia en vez de esperar en Amman a que todo se solucionase. Y regresó. “Llevo esperando desde entonces”, comenta resignado. No ha perdido el tiempo y durante su estancia en Galicia ha presentado su “Abuelita avoíña”, un poemario en gallego y en castellano dedicado a su abuela.


Construyendo puentes


“Un niño, un profesor, un lápiz y un libro puede cambiar el mundo” decía la joven Malala Yousafzai hace unos meses en Naciones Unidas. ¿Cómo influye el aprendizaje del castellano en Palestina? “La lengua que les enseño es muy diferente para ellos, pero más la cultura. Y eso es muy interesante, ver cómo nos relacionamos y compartimos ideas, cómo aprendemos unos de otros, cómo nos asombramos, las criticamos, las aceptamos, avanzamos y nos entendemos”, reflexiona Moncho Iglesias.


Aprender un idioma puede marcar una diferencia importante en la vida de cualquier persona. Sus alumnos de la universidad An-Najah sufren la ausencia. Conseguimos acceder a ellos gracias a Internet. Conocemos a Rawuan –nombre ficticio para proteger su identidad-, joven palestina y estudiante de francés.


“Empecé a ir a las clases de Moncho hace tres años, aunque sin llegar a inscribirme nunca porque lo que me importaba era escuchar”. A Rawuan le interesan los idiomas para forjarse un futuro en el extranjero. “Empecé a estudiar español a los 15 años por Internet y luego decidí seguir estudiando en la universidad. Espero viajar pronto a Europa para darle uso.”

Sus estudiantes valoran la oportunidad que representa Moncho en sus vidas: “Hay clases de español en el centro de idiomas, pero Moncho era el único nativo que enseñaba español como materia universitaria” relata la palestina “Durante el primer semestre, otra nativa pudo sustituirle pero este semestre nadie ha podido reemplazarlo” se lamenta.


Como todo estudiante entusiasta, Rawuan ha encontrado algunos tesoros de nuestro idioma, como por ejemplo en la lengua de Neruda. Desde una red social, Rawuan nos manda un enlace a su poema favorito: Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. La poesía se transforma en idioma universal. “Si hay algo que nos gusta de Moncho es que entiende la cultura palestina y al hacerlo, nosotros también nos acercamos mejor a la cultura española a través de la lengua”, dice convencida.


También cuenta lo mismo Odai, estudiante de Turismo y Arqueología. “Moncho sabe árabe, conoce la cultura palestina, y es estupendo porque conecta con los otros” describe Odai sobre Moncho. Y prosigue: “Lo que más me gusta es que no habla árabe en las clases, sólo español”.Cuenta que eso le ayudó a familiarizarse desde el principio con la lengua coloquial, aunque lo que prefiere son las novelas y la música. “Me gusta Pablo Alborán, sus canciones muy maravillosas” dice chapoteando su castellano.


Al igual que Rawuan, Odai también piensa marcharse al extranjero como futura alternativa: “Espero mucho viajar a España, y trabajar también, ¿por qué no?” Desde que Moncho no está, Odai no sólo echa de menos a su profesor, sino que también demuestra el afecto sincero de un amigo. “Moncho no es como los otros profesores en la universidad, siempre fue como un hermano o un amigo, muy modesto, simpático, simple, amable, le extraño muchísimo”.


Romper el muro del silencio


“Me duele no poder entrar en Palestina porque me duele Palestina y porque vivo allí”, cuenta Moncho Iglesias sobre las razones de romper su silencio medio año después. Si ha dejado pasar todos estos meses, dice, es porque esperaba que las cosas se solucionasen con el tiempo. “No quería que se banalizase la historia y ser protagonista de la historia de un errante que se queda sin poder seguir su viaje”.


Pero como el protagonista de la Odisea, su intención es volver a Ítaca a toda costa, a pesar de que alzar la voz conlleve consecuencias. “No sabía si hablar del asunto iba a empeorar las cosas. Creo que no, la realidad es así y es bueno compartirla para que se sepa un poco más de esa realidad.”


La universidad An-Najah sigue siendo la responsable de expedirle el visado de trabajo propio de un profesor universitario, pero para ello deberá contar con la aprobación de las autoridades israelíes, informadas de que Moncho no es un simple turista y que Nablus no es un lugar donde hacer turismo, sino donde está parte de su vida. No parece que vaya a ser fácil.


“Llevo ya muchos años en Palestina, trabajando, y supongo que eso es algo molesto”, responde Moncho acerca de la negativa de las autoridades israelíes. Y eso que Moncho también se ha interesado por la otra lengua que comparte espacio con el árabe. Moncho aprendió hebreo en la Universidad Hebrea de Jerusalén donde permaneció un año y ha traducido varios textos del hebreo al gallego, como El conductor de autobús que quería ser Dios.


Mientras se resuelve su odisea, los alumnos de la universidad de Nablus siguen leyendo a Neruda o escuchando las baladas de Pablo Alborán, a la espera de que el profesor “que sólo habla español en la clase” vuelva y les enseñe un poquito más de España, un poquito más de Galicia, un poco más sobre cómo expresar el mismo grito en otro idioma.


Artículo publicado en Hemisferio Zero en Marzo del 2014.

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